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clase de ortografía
Categoría | Descripción | Función Principal |
Sustantivos | Nombran personas, animales, cosas, lugares, ideas. | Identificar y nombrar entidades. |
Adjetivos | Describen o califican sustantivos. | Dar características a los sustantivos. |
Adverbios | Modifican verbos, adjetivos u otros adverbios. | Indicar cómo, cuándo, dónde, o en qué medida. |
Preposiciones | Relacionan elementos de la oración. | Indicar relaciones de lugar, tiempo, causa, etc. |
Conjunciones | Unen oraciones o partes de una oración. | Conectar palabras, frases u oraciones. |
Pronombres | Sustituyen a los sustantivos. | Evitar la repetición de sustantivos. |
Verbos | Expresan acciones, estados o procesos. | Indicar acciones, estados o procesos del sujeto. |
Desde que fuera ocupada el 17 de septiembre de 1497 por los soldados de Medina Sidonia, capitaneados por Pedro de Estupiñán, Melilla fue durante mucho tiempo una simple fortaleza-presidio que ocupaba una pequeña península defendida por cuatro recintos amurallados, en la costa oriental del Rif. En 1859, en virtud del tratado hispano-marroquí que fue ratificado tras la Paz de Wad Ras, el sultán cedió a los melillenses un terreno en tierra firme, cuyos límites son los actuales de la ciudad autónoma. A partir de entonces la plaza militar fue adquiriendo poco a poco características urbanas, construyéndose extramuros varios cuarteles y puntos avanzados, pero también barrios que se poblaron de españoles llegados de la Península, así como judíos e hindúes, atraídos por el comercio con las cabilas cercanas, impulsado tras la declaración de puerto franco en 1863, hasta convertir Melilla en el principal foco mercantil de la costa oriental de Marruecos y la costa occidental de Argelia. El acta de Algeciras Entre el 16 de enero y el 7 de abril de 1906 se celebró en Algeciras una Conferencia Internacional a la que acudieron representantes de los Gobiernos de Marruecos, Francia, España, Alemania, Gran Bretaña, Estados Unidos, Italia, Portugal, Austria, Bélgica, Holanda, Suecia y Rusia. El último día se firmó un acta por los representantes de Francia, España, Alemania y Gran Bretaña, ratificada pocos días después por el sultán marroquí, cuyo acuerdo principal fue la creación en Marruecos de dos zonas donde los gobiernos de España, al norte, y de Francia, al sur, ejercerían un protectorado dirigido a preservar la seguridad, ejerciendo labores de policía, aunque manteniendo un régimen de «puerta abierta» ante los intereses internacionales en dichas regiones. No obstante, esta repartición del territorio marroquí en dos protectorados, francés y español no tendría lugar en la práctica hasta después de la firma del Tratado de Fez en 1912. El protectorado español El protectorado español en Marruecos abarcaba tres regiones geográficas: Llévala, en la parte occidental, vecina de la plaza española de Ceuta, Gómara en el centro, y el Rif, vecina de la plaza española de Melilla, en la parte oriental. La superficie total de este territorio era de unos 23 000 km², de los cuales 20 000 correspondían a regiones montañosas. El protectorado estaba regido por la Alta Comisaría de España en Marruecos y militarmente estaba dividido en tres comandancias generales, cuyas capitales eran Ceuta, Melilla y Larache (ocupada por el Ejército español en 1911). El primer alto comisario fue el general Felipe Alfau Mendoza, que estableció su cuartel general en Tetuán, ocupada el 19 de febrero de 1913. Según el censo del 31 de diciembre de 1928 (los datos demográficos anteriores no son fiables), el total de habitantes del protectorado era de 552 153, repartidos en 66 cabilas: 278 677 habitantes y 31 cabilas en la región oriental; 95 385 habitantes y 15 cabilas en la región central; y 178 091 habitantes y 20 cabilas en la región occidental (Tetuán-Larache). Tras la pérdida de las últimas colonias en Cuba y Filipinas, la nueva misión civilizadora en el norte de Marruecos pretendió presentarse por el Gobierno y parte de la prensa como la recuperación del prestigio imperial español. No obstante, conforme fueron sucediéndose las rebeliones rifeñas y las consiguientes campañas militares, la empresa civilizadora española en el Protectorado fue tomando un carácter antipopular en la opinión pública española, muy al contrario de lo que sucedía en otros países colonizadores, como Francia y Gran Bretaña. ¿Por qué? Probablemente porque los gobiernos españoles no supieron o no quisieron explicar satisfactoriamente las razones políticas y económicas por las que se había emprendido dicha empresa. Tampoco ayudó que los gobernantes olvidaran casi por completo la misión civilizadora a la que se había comprometido el reino de España, dando preferencia a la ocupación militar, aunque sin los medios suficientes. Durante los doce primeros años del Protectorado, los españoles no se preocuparon de ganar las voluntades de los cabileños mediante la creación de intereses comunes, la construcción de carreteras, escuelas y hospitales, recurriendo casi exclusivamente al dominio militar. No se comportaron como colonizadores, sino como conquistadores. El 28 de noviembre de 1921, el entonces coronel José Riquelme y López Bago, en declaraciones realizadas ante el general Juan Picasso, achacó la poca eficiencia de la acción española en el Protectorado, a no haber implantado al comienzo de este un régimen efectivo en las cabilas de retaguardia: (…) con funcionarios y autoridades indígenas que dieran al país marroquí la sensación de nuestros proyectos, favorables al referido régimen. Por el contrario, el gobierno y administración de las cabilas sometidas continuó entregado de un modo directo y efectivo a nuestras Oficinas indígenas, no siempre regentadas por oficiales expertos y realmente capacitados para misión tan delicada y difícil, que forzosamente tenían que cometer errores, cuando no abusos, en el ejercicio de su cargo, ocasionando hondas perturbaciones en algunas cabilas y cierto malestar latente, en espera de exteriorizarse al menor quebranto de nuestras armas. Ahora bien; es muy posible que, estando el gobierno en manos de personal indígena afecto a España, aunque fiscalizado hábilmente por nuestras Oficinas indígenas, no hubieran creado rencores hacia España las decisiones de tales personajes, aun cuando ellas hubieran sido injustas, y, en cambio, nuestro papel de mediadores hubiera sido más grato a la población indígena. En este sentido informó Riquelme a sus superiores en 1916, cuando era teniente coronel de la Oficina Central de Asuntos Indígenas, y, posteriormente, en 1920, siendo coronel jefe del regimiento Ceriñola n.º 42, cuando fue requerido por el alto comisario Berenguer y el comandante general de Melilla, Fernández Silvestre, para que expusiera las líneas generales para establecer el protectorado en la zona oriental. Pero la Oficina Central de Asuntos Indígenas se pronunció disconforme con los informes de Riquelme, por lo que se continuó con el régimen y administración directos, ejercidos por personal español falto de preparación en la mayor parte de los casos. El Rif El Rif es una región árida, montañosa y con fama de indómita. Su población bereber, tradicionalmente guerrera, está agrupada en 24 cabilas o tribus. Según el censo antes citado de 1928, la cabila rifeña más poblada era la de Beni Urriaguel (41 000 habitantes), seguida de Beni Tuzín (32 940) y Tensaban (21 432). En cuanto a extensión, la mayor era la de Beni Bu Yahi (1250 km²), seguida de Metalza (1100 km²) y Beni Urriaguel (1000 km²). Son los naturales de esta última cabila (Ait-Warriagahar, en terminología antropológica; Beni-Urriaguel, en español coloquial) quienes más fama tienen de belicosidad contra el extranjero, no en balde el célebre caudillo Mohamed ben Abd-el-Krim era urriaglí. La ciudad de Melilla está enclavada en la zona conocida como Guelaya, donde habitan cinco cabilas: Mazuza, Beni Sicar, Beni Sidel, Beni Bu Ifrur y Beni Bu Gafar. Bereberes en su inmensa mayoría, los cabileños del Rif eran agricultores (cultivaban cebada y leguminosas principalmente) y ganaderos (ovejas y cabras). Con la llegada de extranjeros y sobre todo tras la implantación del Protectorado español, muchos rifeños se incorporaron como peones en la explotación de las minas, la construcción de vías férreas o como jornaleros agrícolas. El idioma que habitualmente hablan los rifeños es el tarifit, uno de los dialectos del bereber o amasijo. | ||
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